El reconocido psicoanalista
Fernando Maestre acaba de presentar "Era tabú 2", un libro que ofrece
una manera novedosa de consultar sobre temas sexuales. Pero Maestre también
tiene algunos capítulos que contar sobre su propia vida sexual, y los narra no en
el diván, sino en un cómodo sillón, frente a una grabadora.
Escribe JORGE LOAYZA
Fotos CARLOS LÓPEZ.-
Con la paciencia pedagógica de un cura de pueblo, a sus 63 años de edad el
psicoanalista Fernando Maestre se ha convertido en un maestro de la sexualidad.
Su objeto personal de mayor valor es la cama, y no puede negar que su voz
radial ocasiona un proceso de erección en las orejas de sus cientos de miles de
oyentes.
La posición que ha mantenido durante casi dos mil horas en los últimos ocho
años ha sido la misma: hablarle al oído a la gente y descubrir la sexualidad
para mostrarla al aire.
Siempre hizo las cosas por amor y no por placer. Por eso se enamoró de la
medicina antes que de una chica cuando sólo tenía quince años. Creció en el
afrodisíaco puerto del Callao. Es más, vivió en La Punta. Recuerda que desde su
niñez se dio cuenta de que la alegría chalaca era inagotable como el mar que le
lava la cara todas las mañanas.
Su nacimiento a la vida sexual en la adolescencia estuvo marcado por el ritmo
que siguieron muchos jóvenes de su época: romántico, emotivo, mecido de un lado
a otro por los valses, polkas y boleros. Se le viene
a la memoria entonces que, aún estudiante de colegio, un amigo consiguió su
primera enamorada y anunció que el domingo la iba a besar en la boca en el cine
del barrio. "Y así fue, ese día todos los muchachos fuimos al cine para
ver cómo era el beso", dice entre risas Maestre con una cara de niño
canoso.
Por eso su propia vida sirve como un ejemplo de la sexualidad juvenil de fines
del cincuenta. Cuenta que casi no había relaciones sexuales con la enamorada y
uno tenía que desviarse a buscar muchachas de otra "categoría" o
desnudar la hombría en prostíbulos. Y de pornografía sólo conocía la palabra.
Recuerda haber visto a los diecisiete años de edad sólo alguna fotografía de
una mujer francesa con los pechos al aire, y unos segundos en la pantalla de un
cine a una fémina semidesnuda en penumbras.
Por eso los pechos desnudos de Brigitte Bardot en algunas películas era
suficiente para la libido de los jóvenes, recuerda el doctor Maestre. Es que la
sexualidad en el Callao de su adolescencia era una cosa totalmente pudorosa.
Las Bim Bam Bum, las Dolly Sister o Ana Kaona eran vedettes que iban totalmente cubiertas de plumas. "No
se veía nada más que un escote generoso", rememora el psicoanalista.
Aún en los tiempos en que El trocadero no se erguía,
el doctor Maestre evoca que, una vez, a sus cortos dieciséis años, tuvo que ir
-dice que por presión- con un grupo de amigos a batirse en las agitadas caderas
de una prostituta chalaca. Y desde esa vez juró que nunca más lo volvería a
hacer porque se dio cuenta de que no le gustaba el sexo-mercadería sino sólo
como sentimiento. Confiesa que fue una experiencia por demás negativa, aunque
no tuvo problemas entre las sábanas.
Y es que tampoco encontró docencia sexual en esa mujer. "Nada que ver. Me
dijo apúrate, compadre, que ya viene el siguiente, lávate rápido. Fue algo muy
comercial, de baja cultura y que no dejó mayor huella en mí", diagnostica
su pasado el doctor.
Cuando a sus dieciocho años se fue a estudiar medicina a España las cosas
fueron peor. Llegó en la época de Franco y la represión era casi terrorista. Si
un hombre le daba un beso a su enamorada o ella apoyaba su cabeza en el hombro
de él en el cine, detenían la función, prendían las luces y recordaban al
público que estaban prohibidas las expresiones "inmorales".
Una vez, el joven Maestre fue echado de un taxi en el que iba con su enamorada
sólo porque se atrevió a darle un beso. Otros amigos no se salvaron de ser
detenidos luego de haber sido descubiertos por la policía abrazando a sus
novias. La represión llegaba al extremo que los preservativos sólo se vendían
bajo receta médica. El único consuelo que les quedaba a los estudiantes -menos
a él, por falta de dinero- era esperar las vacaciones para irse desesperados a
otros países europeos.
Sólo cuando regresó al Perú con un cartón bajo el brazo y una esposa llamada
Esperanza de la mano pudo respirar otro ambiente, que ya olía a un nuevo
comportamiento sexual bajo el fondo musical de los Beatles.
Sin embargo, como médico, en un principio se dedicó a operar cuerpos con un
bisturí. A los pocos años se inclinó hacia la psiquiatría y finalmente se
graduó como cirujano mayor en psicoanálisis -y con la palabra como principal
arma- en los problemas de la mente humana.
Fue así que en el año 89 empezó a atender sus consultas desde una cabina
de Radioprogramas sobre diversos asuntos. Y en el 97 hizo el
gran destape con el programa "Era Tabú". Pero confiesa que el tema
sexual se le puso delante porque él se dedicaba más a los problemas de
salud
mental. Sin embargo, estos siete años de trabajo le han dado
satisfacciones
como haber podido hablar sobre sexualidad con grupos tan especiales como
reclusas, homosexuales o prostitutas.
Y no sólo ha ayudado a crear vida, sino también a que algunas no desaparezcan.
Recuerda el caso de una persona que lo buscó para decirle que, gracias a sus
palabras, postergó programa a programa su suicidio hasta que lo olvidó. Pero
también ha tenido que escuchar descarnadas confesiones como la de una linda
chica de diecisiete años que le dijo que tenía relaciones sexuales con su
perro.
Este psicoanalista de la sexualidad, que considera la posición horizontal como
una maravilla, afirma que no le gustaría morir en el éxtasis del acto sexual,
pues dice que el relax que viene después es algo agradable. Pero sí quisiera
volver a esta vida como un otorongo porque seduce
bien a su pareja. Ahora que está vivo, dice que aún tiene una vida sexual
totalmente plena y dentro del amor. Y a propósito de su libro "La
tentación de la infidelidad", afirma categórico que el hombre puede ser
una persona fiel a su pareja si lucha por eso todos los días y se lo propone
todas las mañanas como una oración. Es posible, doctor. Lo malo es que algunos
no tenemos esa fuerza de voluntad.
Fuente: La República 12 de Octubre 2003
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