sábado, 8 de junio de 2013

QUERIDAS PUTAS - HOMENAJE A VEGUITA



Con la muerte del periodista y librero Jorge Vega, el popular y lúbrico “Veguita”, ha muerto el último amante erudito de las putas. Topógrafo de los burdeles más importantes de la Lima de los cincuenta y sesenta, “Veguita” captó desde los quince años que el prostíbulo era varios escenarios al mismo tiempo: era trastienda, era club social, era templo redentor, era sanatorio y patio de recreo. Allí –incluso con prescindencia del sexo– se podía conocer mujeres inolvidables, trabar amistades indestructibles, oír conversaciones magníficas, aguaitar a personajes inesperados, cantar óperas gloriosas y tomarse, si no un whisky o una cerveza, quizá un anisado, un Sol y Sombra (“el mejor trago para combatir el racismo limeño, pues tiene guinda negra y pisco blanco”, decía “Veguita”) o ese chilcano con rodaja de rocoto bautizado “Torito”.  
Se sabe que el librero pasó los mejores carnavales de su vida entre El Trocadero del Callao y La Nené de la avenida Colonial (hoy convertido en Las Cucardas). Sin embargo, el lugar donde más reyertas eróticas sostuvo fue en Huatica, el célebre barrio rojo de La Victoria, cuna de algunas de sus amantes más entregadas: La Mamita Luz Gómez, quien obligaba a sus clientes a bailar con ella antes de ir a la cama; La Mona, mujer de la que se enamoró Julio Ramón Ribeyro; Isabel Shimabuko, la única geisha que ha existido en el Perú, memoriosa, formada en las danzas y la literatura (“Qué periodista no se enamoró de ella”); y La Nanette, una puta parisina que le hablaba de vinos, con la que cantaba arias luego de hacer el amor y que atendía en la cuadra 4 de Huatica, la cuadra de las ‘extranjeras’.   
No fueron las únicas. El periodista Miguel Ángel Cárdenas –uno de los contados amigos que acompañó a “Veguita” hasta el crematorio– tiene registro de otras de sus “putidoncellas”: Mabel, que era dueña de un prostíbulo de la calle México adonde iba Manuel Odría con todo su gabinete (“cuando llegaba el presidente cercaban el burdel con patrulleros y nos botaban a todos”); Raquel Belaunde, prima del ex presidente, que tenía su burdel propio; y La Negra Roxana, amiga íntima del Trocadero. “Me amaba como si fuera de la familia”, confesaba.
“Veguita” era de los parroquianos que no usaban condón: prefería hacerlo a pelo, eludiendo el artificio del jebe, sin miedo a las enfermedades. “En esa época el Sida no existía. Uno no se moría. El rito terminaba cuando la chica mala te lavaba el pene con Camay. Cualquier cosa, dos ampollas de Benzetacil y listo”.  
Él repetía que las mujeres buenas no le interesaban porque su criterio de lo moral “no coincidía con la realidad”. Las prostitutas constituían su adoración porque sintonizaban con su alma solitaria, acaso misógina, pero era consciente de que ellas mantenían la alegría solo hasta que descubrían que estaban perdiendo la juventud.
Él nunca perdió la juventud. Era un septuagenario de 20 años. Perdió, sí, un ojo, producto del cáncer ocular que le quitó la vida de un zarpazo. Pero inclusive cuando caminaba por el centro de noche con su parche (“era el único pirata que vendía libros originales”, dixit Ángel Páez), el gran “Veguita” no dejaba de sonreírles a las jóvenes que le recordaban a las viejas aliadas sexuales que tanto quiso y defendió. 
Quizá por eso adelantó un epitafio pensando en ellas, sus auténticas viudas: “Aquí yace este cuerpo que se lo comerán los gusanos, porque fue lo que dejaron las polillas”.


Autor: Renato Cisneros
Fuente: La República 03 de Feberero de 2013
 

viernes, 7 de junio de 2013

SEMBLANZA. MAESTRE MAESTRO

 
 

El reconocido psicoanalista Fernando Maestre acaba de presentar "Era tabú 2", un libro que ofrece una manera novedosa de consultar sobre temas sexuales. Pero Maestre también tiene algunos capítulos que contar sobre su propia vida sexual, y los narra no en el diván, sino en un cómodo sillón, frente a una grabadora.

Escribe JORGE LOAYZA

Fotos CARLOS LÓPEZ.-


Con la paciencia pedagógica de un cura de pueblo, a sus 63 años de edad el psicoanalista Fernando Maestre se ha convertido en un maestro de la sexualidad. Su objeto personal de mayor valor es la cama, y no puede negar que su voz radial ocasiona un proceso de erección en las orejas de sus cientos de miles de oyentes.

La posición que ha mantenido durante casi dos mil horas en los últimos ocho años ha sido la misma: hablarle al oído a la gente y descubrir la sexualidad para mostrarla al aire.

Siempre hizo las cosas por amor y no por placer. Por eso se enamoró de la medicina antes que de una chica cuando sólo tenía quince años. Creció en el afrodisíaco puerto del Callao. Es más, vivió en La Punta. Recuerda que desde su niñez se dio cuenta de que la alegría chalaca era inagotable como el mar que le lava la cara todas las mañanas.

Su nacimiento a la vida sexual en la adolescencia estuvo marcado por el ritmo que siguieron muchos jóvenes de su época: romántico, emotivo, mecido de un lado a otro por los valses, polkas y boleros. Se le viene a la memoria entonces que, aún estudiante de colegio, un amigo consiguió su primera enamorada y anunció que el domingo la iba a besar en la boca en el cine del barrio. "Y así fue, ese día todos los muchachos fuimos al cine para ver cómo era el beso", dice entre risas Maestre con una cara de niño canoso.

Por eso su propia vida sirve como un ejemplo de la sexualidad juvenil de fines del cincuenta. Cuenta que casi no había relaciones sexuales con la enamorada y uno tenía que desviarse a buscar muchachas de otra "categoría" o desnudar la hombría en prostíbulos. Y de pornografía sólo conocía la palabra. Recuerda haber visto a los diecisiete años de edad sólo alguna fotografía de una mujer francesa con los pechos al aire, y unos segundos en la pantalla de un cine a una fémina semidesnuda en penumbras.

Por eso los pechos desnudos de Brigitte Bardot en algunas películas era suficiente para la libido de los jóvenes, recuerda el doctor Maestre. Es que la sexualidad en el Callao de su adolescencia era una cosa totalmente pudorosa. Las Bim Bam Bum, las Dolly Sister o Ana Kaona eran vedettes que iban totalmente cubiertas de plumas. "No se veía nada más que un escote generoso", rememora el psicoanalista.

Aún en los tiempos en que El trocadero no se erguía, el doctor Maestre evoca que, una vez, a sus cortos dieciséis años, tuvo que ir -dice que por presión- con un grupo de amigos a batirse en las agitadas caderas de una prostituta chalaca. Y desde esa vez juró que nunca más lo volvería a hacer porque se dio cuenta de que no le gustaba el sexo-mercadería sino sólo como sentimiento. Confiesa que fue una experiencia por demás negativa, aunque no tuvo problemas entre las sábanas.

Y es que tampoco encontró docencia sexual en esa mujer. "Nada que ver. Me dijo apúrate, compadre, que ya viene el siguiente, lávate rápido. Fue algo muy comercial, de baja cultura y que no dejó mayor huella en mí", diagnostica su pasado el doctor.

Cuando a sus dieciocho años se fue a estudiar medicina a España las cosas fueron peor. Llegó en la época de Franco y la represión era casi terrorista. Si un hombre le daba un beso a su enamorada o ella apoyaba su cabeza en el hombro de él en el cine, detenían la función, prendían las luces y recordaban al público que estaban prohibidas las expresiones "inmorales".

Una vez, el joven Maestre fue echado de un taxi en el que iba con su enamorada sólo porque se atrevió a darle un beso. Otros amigos no se salvaron de ser detenidos luego de haber sido descubiertos por la policía abrazando a sus novias. La represión llegaba al extremo que los preservativos sólo se vendían bajo receta médica. El único consuelo que les quedaba a los estudiantes -menos a él, por falta de dinero- era esperar las vacaciones para irse desesperados a otros países europeos.

Sólo cuando regresó al Perú con un cartón bajo el brazo y una esposa llamada Esperanza de la mano pudo respirar otro ambiente, que ya olía a un nuevo comportamiento sexual bajo el fondo musical de los Beatles. Sin embargo, como médico, en un principio se dedicó a operar cuerpos con un bisturí. A los pocos años se inclinó hacia la psiquiatría y finalmente se graduó como cirujano mayor en psicoanálisis -y con la palabra como principal arma- en los problemas de la mente humana.

Fue así que en el año 89 empezó a atender sus consultas desde una cabina de Radioprogramas sobre diversos asuntos. Y en el 97 hizo el gran destape con el programa "Era Tabú". Pero confiesa que el tema sexual se le puso delante porque él se dedicaba más a los problemas de salud mental. Sin embargo, estos siete años de trabajo le han dado satisfacciones como haber podido hablar sobre sexualidad con grupos tan especiales como reclusas, homosexuales o prostitutas.

Y no sólo ha ayudado a crear vida, sino también a que algunas no desaparezcan. Recuerda el caso de una persona que lo buscó para decirle que, gracias a sus palabras, postergó programa a programa su suicidio hasta que lo olvidó. Pero también ha tenido que escuchar descarnadas confesiones como la de una linda chica de diecisiete años que le dijo que tenía relaciones sexuales con su perro.

Este psicoanalista de la sexualidad, que considera la posición horizontal como una maravilla, afirma que no le gustaría morir en el éxtasis del acto sexual, pues dice que el relax que viene después es algo agradable. Pero sí quisiera volver a esta vida como un otorongo porque seduce bien a su pareja. Ahora que está vivo, dice que aún tiene una vida sexual totalmente plena y dentro del amor. Y a propósito de su libro "La tentación de la infidelidad", afirma categórico que el hombre puede ser una persona fiel a su pareja si lucha por eso todos los días y se lo propone todas las mañanas como una oración. Es posible, doctor. Lo malo es que algunos no tenemos esa fuerza de voluntad. 

Fuente: La República 12 de Octubre 2003




2 DE JUNIO - DÍA INTERNACIONAL DE LA TRABAJADORA SEXUAL



 
Un día como hoy en el año 1975, un total de 150 prostitutas realizaron una protesta en la iglesia de Saint Nizier de Lyon en demanda de sus derechos y por la persecución que estas sufrían. Este movimiento se extendió por toda Francia. Debido a este hecho, que no tenía precedentes, es que todo los días 2 de junio se celebra en el mundo el Día Internacional de la Trabajadora Sexual.
Organizaciones de meretrices de todo el mundo conmemoran esta fecha y la celebran para reclamar los derechos que aún consideran pendientes, ya que aún son víctimas de amenazas, violencia, y negación por parte de la sociedad.

En el Perú, esta fecha tampoco pasaría desapercibida, ya que las mujeres que se dedican al oficio más antiguo del mundo serían discriminadas y hasta rechazadas por la idiosincrasia peruana, llena aún de conservadurismos y de vejación ante estos hechos. Es más, no cuentan con una ley que las proteja ante actos de violencia a las que están siempre expuestas.

¿Por qué el 2 de junio?
Según publicaron varios medios franceses, el 2 de junio de 1975, un gran número de prostitutas ocuparon una iglesia de la localidad de Lyon para llamar la atención sobre su mala situación y sobre las represalias continuas que sufrían por parte de la Policía. Abusos, violencia, multas y encarcelamiento eran algunos de los ataques que recibían.

Tras este hecho, esa misma iglesia gestó el Colectivo de Prostitutas, un referente histórico para todas las organizaciones de meretrices del mundo. "Esperamos nuestra libertad en tanto que mujeres tal y como somos, y no tal y como queréis que seamos para tranquilizar vuestra conciencia (...). No tengáis miedo: esta liberación no supondrá automáticamente una proliferación de las prostitutas. A no ser que nosotras, las mujeres, seamos todas chicas a las que únicamente reprimía el miedo a la policía", fue uno de los comunicados de este grupo de mujeres.
Y es por esto, que este día las organizaciones de prostitutas de todo el mundo recuerdan a las trabajadoras sexuales encerradas en la iglesia, por su valentía, por enfrentarse a la hipocresía social haciéndose visibles y por hablar públicamente de sus problemas, por dar fuerza a otras mujeres a hacer lo mismo.

sábado, 13 de abril de 2013

BELLEZAS DEL PLACER



Belleza ecuatoriana

BIENVENIDOS

Por Epicúreo Solapa

Con cierta nostalgia estaba chequeando mi Blog y recorde a esta dama. Una belleza exótica que pude conocer, y que permitió le tomase unas fotos para que no me olvide de ella.  La comparto nuevamente con ustedes mis lectores que espero hagan sus comentarios, porque así como los shows  viven de los aplausos, los blogs viven de los comentarios.

RELATOS DE HORROR EN EL TROCADERO DEL CALLAO

UNA MADRUGADA EN EL TROKA

Por Epicúreo Solapa


Se cuenta que hace algunos años en el Trocadero ocurrió un hecho de espanto. Una puta que tenia su cuarto en el 2do piso en el lado derecho. De tantos polvos que se había dado con sus clientes se habia quedado dormida.

En la madrugada, despierta intempestivamente, asustada por la hora, y ve en su celular que son las 3 a.m.. Abre la puerta y observa que el local estaba cerrado, solo algunas luces muy tenues estaban prendidas. De pronto, por su lado pasa un perro negro enceñandole rabiosamente los colmillos, ella asustada inmediantamente se mete al cuarto. 

Pasan los minutos, escucha auillidos y quejidos de perros, así como que tocan insistentemente su puerta. Al mismo tiempo escucha chasquidos de botellas que se quiebran así como gritos y quejidos lastimeros. Pone su oido en las paredes y escucha movimientos de catres, como si en los otros cuartos estuvieran cachando freneticamente.

Se pone su jean y casaca, mete sus cosas a la cartera. Decidida a salir del cuarto para dirgirse a la puerta. A penas sale del cuarto, ve que abajo, habia un grupo de hombres reunidos, sentados en la banca, jugando a las cartas, los iluminaba una luz tenue y rojiza.

Ella baja rapidamente las escaleras para hablarles pero se detiene llena de horror, estos hombres tenian cola y cuernos. Sube raudamente a su cuarto, se mete a su cuarto, le echa cerrojo. Se tapa con las sábana, temblando de miedo.

Al dia siguiente es encontrada con los ojos desorbitados y balbuceando incoherencias, es llevada de emergencia al hospital más cercano.

Posteriormente es derivada a un nosocomio  psiquiatrico, donde entre sollozos le conto este relato a una amiga puta que actualmente trabaja en el Troca.

jueves, 11 de abril de 2013

LA PROSTITUTA QUE NO RECUERDA SU EDAD



«Te dijeron que venía y te arreglaste. Yo aguardaba en esa conocida pollería de la avenida La Colmena y tú llegaste con Paul y Demelsa, quienes te habían recogido de la otra manzana, tu manzana. Demelsa entró y me dijo que te habías arreglado para mí, que eras muy coqueta. Luego entraste y un ligero vaho de colonia se abrió camino entre los humores aceitosos que llenaban el local. Te habías puesto linda.

Tus uñas eran celestes. Tenías escarcha en las mejillas. Casi ni probaste el cuarto parte pierna de pollo a la brasa que te invitamos ─en ese momento sospeché que por modosería─ y lo pediste para llevar. Ellos se fueron. Hablamos poco. Te fuiste. Yo todavía no sabía que tenías más de setenta años. 

Paul te conoció entre los años 2002 o 2003. Te vio en la avenida, frente al cine porno Le Paris, aguardando clientes como lo haces desde hace dos décadas. Esa vez, cuando se acercó y te dijo que quería hacerte fotos, lo miraste en silencio y te fuiste. Tuvo que volver otro día, invitarte un café y explicarte respetuosamente que, en verdad, lo que quería era conocerte. Retratar tu vida. Recién entonces aceptaste. Él cree que lo que te persuadió fue que supo escucharte. Inspirarte confianza. Es verdad: Paul es así. Es el tipo más confiable del mundo.

Pero fue a mí a quien le contaste por qué te fuiste de tu casa, a los veintitantos, a vivir a la calle. Las discusiones con tus hermanas y tu padre, que se volvieron insoportables después de que tu cuñado quiso violarte y tu hermana no te creyó y tu padre, después de un tiempo de falsa indignación, te dio la espalda-

Me hablaste de esas primeras noches durmiendo en las escaleras del Cine Teatro Colón, en una esquina de la Plaza San Martín. De cuando un día un tipo que te vio allí muerta de frío te invitó a pasar la noche en su hotel y que, en agradecimiento, le diste calor y sosiego a su cuerpo.

No, no, no eras una prostituta entonces, eso me queda claro. Eras amiga de ellos. Porque después de ese primer tipo hubo varios otros. Nunca les cobraste. Comida y abrigo, por esos fríos días, eran más que suficiente». 

*** «A Paul también le hablaste de tus amores, es verdad. Del policía con el que te comprometiste joven antes de irte de la casa de tus padres. Y del militar que un día te recogió del Cine Colón y te alquiló una habitación en San Juan de Lurigancho, cerca de donde él vivía con su mujer y sus cinco hijos. Estuviste con él siete años. No te importaba que tuviera familia; de algún modo eras feliz sabiendo que había un hombre que cuidaba de ti. Pero lo dejaste... o él te dejó... 

Esos días ahora parecen tan lejanos. Esta vez yo he pasado por ti a La Colmena. Son las diez de la noche y te encuentro sentada en la puerta de una tienda cerrada, casi escondida, conversando con un vendedor de encendedores, lupas y fundas de teléfonos celulares. A diferencia de Madonna y las otras chicas de la manzana, que van de un lado a otro en la esquina con el jirón Cailloma, tú no te luces. No quieres o quizá no lo necesitas. 

Muchos de los tipos que pagan por tu compañía son viejos conocidos. Hombres que encuentran en ti algo que, sea lo que fuese, ninguna de las otras mujeres se lo puede dar. Como el muchacho que viene de vez en cuando y que a ti te produce tanta pena. Está en la universidad, tiene novia, pero quizá nunca sea tan feliz como cuando entra contigo a la habitación del hotel y se desviste y se coloca tu falda, tu blusa y tus zapatos. Luego lo masturbas. Es un chico bueno, agregas. También era bueno el joven con el que Paul te retrató. Fue el único de tus clientes que aceptó que un fotógrafo estuviera presente en el momento en que lo atendieras. Al principio pidió dinero pero Paul le explicó que no quería pagar por un modelo sino fotografiar una prestación real. Accedió. Esa noche se fueron los tres a un viejo hotelito que está en una de las esquinas de la Plaza San Martín. El cuartelero los miró raro pero les dio la llave. Una vez que apagaron las luces, Paul les dijo que a partir de ese momento él no existía. Tú, que lo quieres tanto, atendías al chico pero a la vez te preocupabas por que Paul tuviera buenas fotos y le decías «¿Así está bien?» y Paul te mandaba a callar diciendo «¡Ana, yo no estoy aquí!». Damos vueltas en busca de un lugar tranquilo para conversar y terminamos regresando a tu manzana, a un restaurante decorado con ese estilo tan limeño a medio camino entre la pollería, el restaurante turístico y el chifa chino. Allí nos sirven aguadito y estofado de pollo.

Me cuentas que hace una hora se te acercó un hermano evangelista. Te pidió que leyeras la Biblia y entonces tú le enseñaste el viejo ejemplar del libro sagrado que llevas en tu cartera a todos lados. Claro que la lees. Te sabes pasajes enteros de memoria». 

 *** «No sentiste nada especial el primer día que te detuviste a esperar clientes en la esquina de La Colmena y Cailloma. No, nada de miedo. Ya estabas entrando a los cincuenta años. Te pregunto por qué llegaste a la calle a esa edad y no termino de entenderte. A ratos divagas. Empiezas una idea y es como un tallo al que a los pocos minutos le va creciendo ramitas y más ramitas. Solo entiendo que desde esa época no tenías trabajo ni hijos ni nadie que cuide de ti. Exactamente como ahora. Sé que cuando conociste a Paul, hace una década, le dijiste que tenías 63 o 65 años. A mí me dices lo mismo. No estoy seguro de que mientas por coquetería o porque en verdad no lo sabes. Elijo creer lo primero. Cosas mías. Ahora me cuentas del caballero adulto mayor que te viene a buscar ayudándose con su bastón y te lleva a la función continuada del Le Paris. Él mira las películas y tú le das placer inclinando tu rostro sobre su butaca. Un cliente antiguo a quien te refieres como una de tus «parejas» también te llevaba a ver películas para adultos en el viejo Cine Balta de Barranco. Una vez satisfecho, él se dormía y tú te dedicabas a mirar la pantalla, ocupada por falos enormes y entrepiernas sin depilar. Dices que allí aprendiste varios de los trucos que hoy utilizas con tus clientes. Por eso, cuando te preguntan si te gusta el cine, te entran las risitas. 

Como ahora. Cerca de la medianoche, de camino al paradero, dos tipos pasan mirándonos y a la distancia uno de ellos nos grita «¡Provecho!». Me ofendo y estoy a punto de gritarle algo en respuesta pero te veo sonreír, divertida. Y me pregunto qué otra cosa imaginaría yo si veo a un tipo caminando al lado de una mujer que sé que pertenece a la calle. Pensaría lo mismo. Me pregunto cuántas veces le habrán gritado lo mismo a Paul cuando caminaba contigo escuchándote y conociéndote por las aceitosas calles de Lima durante todos estos años. Planeo preguntárselo. Pero ahora está acercándose al bus que te conducirá al Rímac, a la casita de tus hermanas a la que finalmente regresaste. Ya no hay peleas entre ustedes, apenas hablan y nunca de las cosas que haces por las noches para llevar dinero a casa. Te han entrevistado en televisión y en la prensa un par de veces así que asumes que lo saben y que, en todo caso, vivir como si nadie supiera nada es lo mejor para todos. 

Ellas no saben que tienes un amigo que en los últimos diez años te ha retratado hasta el alma, que te invita a cenar siempre que te encuentra y que te compra regalos en tu cumpleaños. Alguien para quien no solo eres una meretriz anciana que sigue entregando su añoso cuerpo a cambio de unos soles. Que no te ve solo como la vieja Ana de La Colmena, la vieja Ana de la calle». 


Un reportaje de Óscar Miranda.
* Fotografías de Paul Vallejos. www.revistafotografos.com 
* En original, Ana de la calle. Texto publicado en la revista Fotógrafos, edición número dos, Así es como el tiempo pasa, enero de 2013.